Traducción por Helena Cortés Gabaudan.
Érase una vez un ruiseñor y un lución, y cada uno de ellos tenía un único ojo y vivían desde hacía tiempo juntos en una casa en paz y armonía. Pero un buen día invitaron al ruiseñor a una boda y este le dijo así al lución: «Me han invitado a una boda y no me hace ninguna gracia tener que mostrarme allí con un solo ojo, anda, sé bondadoso y préstame el tuyo para la ocasión, te lo devolveré mañana.» Y el lución accedió por amabilidad.
Pero al día siguiente, una vez que el ruiseñor hubo regresado a una casa, se sentía tan a gusto teniendo dos ojos en la cabeza y pudiendo ver por ambos lados, que no le quiso devolver el ojo prestado al pobre lución. Entonces el lución juró que se vengaría de él y de sus hijos y de los hijos de sus hijos. «Pues empieza ya a buscarme», —replicó el ruiseñor, y añadió:
«Construyo mi nido en los tilos
tan alto, tan alto, tan alto,
que nunca podrás encontrarlo.»
Y desde entonces todos los ruiseñores tienen dos ojos y todos los luciones son ciegos. Pero sin importar dónde construya el ruiseñor su nido, siempre vive también abajo, metido entre los matorrales algún lución dispuesto a trepar a lo alto para perforar agujeros en los huevos de su enemigo y para sorbérselos.